Pregoneros, una labor de siempre. Foto: diario El Comercio |
El difunto Oscar Yanes, que
en paz descanse, cuenta en sus “Memorias de Armandito” (2012), lo siguiente:
“Julio Castro era el expendedor de
periódicos más famoso de Caracas. Tenía muchos años vendiendo los diarios en la
Plaza Bolívar, sentado en un cartón, con todos los periódicos alrededor. Le
faltaban las dos piernas. ‘Ese fue el ferrocarril de Santa Lucía, cuando le
hacía un mandado a mi mamá’, recordaba sin tristeza, pues Julio siempre estaba
alegre.
Los periodistas lo querían mucho,
pues cuando alguien le decía ‘mañana escribo sobre el Káiser’, él contestaba:
‘Aja, eso no se me olvida’. Gabriel Espinoza, de El Nuevo Diario, le decía
‘mañana tengo un cuento sobre el cochero Tributo’, y el mochito, sin anotar,
respondía: ‘No se preocupe Gabriel, mañana usted verá’. Y en efecto, a la
mañana siguiente, todo el que pasaba por la esquina de El Principal escuchaba
al mochito:
‘¡El Pregonero! ¡El Pregonero! ¡Con
la vida del Káiser contada por Pardo! ¡El Nuevo Diario, con la muerte trágica
de la hija de Tributo, escrita por Gabriel Espinoza! ¡Cultura! ¡Cultura! ¡No
pierda el dinero en mujeres! ¡Compre periódicos! ¡Cultura! ¡Cultura!’.
Claro que cuando los lectores compraban el periódico
ya estaban preparados para cualquier sorpresa: por ejemplo, la vida del Káiser,
no era una biografía, sino un ensayo sobre la política del Emperador de
Alemania y su efecto en las colonias del Imperio Británico. La historia trágica
de la hija de Tributo era una extraordinaria pieza literaria de ficción, de
Gabriel Espinoza. Cuando un periodista le reclamaba las inexactitudes, (Julio
Castro) le decía riendo: ‘No seas malagradecido, vale. Es para que te lean…
para que te lean”.
En un país con una memoria histórica tan reducida, y
un extravío cultural tan vasto, cuentos como el del mochito Castro caen como
anillo al dedo. Hay que leer. ¡Cultura! ¡Cultura!
El bajo nivel cultural de la sociedad es un
argumento que nadie profundiza, pero todos, sin distinción de tamaño, edad ni
credo, manosean; para explicar, de manera deportiva, nuestra desgracia. En cada
esquina de la geografía nacional, una excusa redonda para cualquier problema,
es pasar factura a eso que llamamos “nuestra cultura”.
Pero, en rigor, ¿cuántos están invirtiendo más en
educación que en distracciones? ¿Cuántos están priorizando una actividad
formativa sobre una recreativa? Y peor, ¿qué ejemplo está dando el Estado para
fortalecer la educación? ¿Qué motivación existe desde el poder para
importantizar la cultura por encima del libertinaje, el circo y el bonche?
Hemos invertido más tiempo buscando culpables que
soluciones. Venezuela, en la infinita demanda de otro líder redentor que no
termina de aparecer, es campeona en achacar sus males a la excusa reina, el
pretexto mayor: “nuestra cultura”.
El empobrecimiento educativo, la degradación
cultural y la estimulación de la ignorancia, tienen un único responsable: el
sistema gobernante. El poder vigente siempre preferirá un pueblo errante porque
ahí, en la miseria, opera con comodidad, prometiendo, abusando y reprimiendo.
Cultura es diversidad, cultura es educación, cultura
es aprendizaje y reflexión sobre el conocimiento de la sabiduría popular.
Cultura no es propaganda, porque la cultura no es un tipo de publicidad. La
cultura está llena de ideas y los más cultos son ejemplos de respeto. Cultura
es pluralidad y cultura es libertad. Hay que leer, hay que estudiar.
Ángel Arellano
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