Todo
lo que rápido sube, rápido baja. El ascenso del desastre que ha vivido el país
los últimos años tiene una explicación simple que se resume en revisar el
comportamiento del sistema político los últimos 30 años. Empero, no hay
experiencia en el mundo que sugiera que esto se mantendrá hasta la eternidad.
La caducidad del caos vigente depende del accionar civilista de la ciudadanía
direccionada por una dirigencia capaz, valiente y seria que pueda conducir el
clamor de cambio popular.
El
2014 deja un mix de sabores extraños. Sabemos que la caída del gobierno será un
proceso, desconocemos si corto o largo. Derribar ese elefante burocrático,
repleto de oscuros intereses y con un marco legal a su medida, en el que se
convirtió la élite en el poder, requiere de muchos pasos; uno de ellos, ganar
las elecciones parlamentarias previstas para 2015.
La
nación está colmada de odio. Indistintamente de la opinión de los polos, existe
indecisión y confusión. En Venezuela sólo se respira frustración, incertidumbre
y preocupación. 2014 fue un año que potenció todos estos valores en el
diagnóstico de la enfermedad. Sin embargo, con la crisis en desarrollo y el
ambiente de crispación y tensión, se reafirma la constante de fracaso que ha
teñido a las revoluciones autoritarias.
La
Unión Soviética, el nacionalsocialismo y el fascismo, son parte de un
repertorio de fiascos. Nuestras colas son las mismas que las del comunismo
ruso, es nuestra escasez idéntica a la del nazismo y nuestros altos precios son
proporcionalmente mayores a los del fascismo italiano. Nuestra carestía en servicios,
oportunidades y empleo semeja a la que existe en la isla de los Castro. En
ninguno de los casos mencionados hoy en día se encuentra el “ismo” que inspiró
las matanzas, hambrunas y catástrofes que ocasionó el sistema totalitario.
En Venezuela, somos herederos del “ismo” fracasado al
invocar un “socialismo” que está vigente sólo en las viejas páginas de los
pensadores marxistas que niegan la entrada del chavismo a la lista de sus
ideologías afines pues permitir su ingreso sería igualar ésta vaciedad teórica con
los postulados de “El Capital”. De entre todos los “ismo” se impuso uno solo,
con menos teoría y más éxito histórico: el pragmatismo. Para muestra, el
acercamiento Cuba-EUU, evidencia de que los tiempos cambian cuando las élites
sienten que el agua les llega al cuello.
Somos
un país que en 200 años ha vivido más en dictadura que en democracia. No
obstante, esta referencia no puede ocultar que en los 40 años de sistema
democrático, la nación experimentó su mayor progreso, desarrollo y bienestar. Los
oídos sordos que evitaron la renovación del Estado en aquellos tiempos representan
una de las causas que generaron el desastre en curso. Hoy, son esos mismos
oídos sordos los que en 15 años no han podido mostrar una alternativa seria al
encantamiento de serpientes que se hizo con la bonanza petrolera para dominar y
empobrecer al país a su antojo.
Para
cambiar al régimen es inevitable establecer un plan conjunto, confinar estrategias
personales y sumergirse en las profundidades del pueblo para confundir la
aspiración de la sociedad con el proyecto unitario. El pragmatismo demanda seriedad,
talento y coherencia, lo mismo que espera la nación de quienes hablan sin cesar
sobre una esperanza que se ve tan lejana por la inacción y el desacuerdo.
“El
trapiche del tiempo va moliendo los diferentes ingredientes hasta hacerlos
amalgama inevitable”, ha dicho don Elías Pino Iturrieta.
Ángel Arellano