Le pregunté a un amigo “¿Qué hubo mano? ¿Cómo está
la vaina? Deme un reporte”. Y su respuesta resumió la tragedia: “Mano, el
pueblo sumergido en un mar de desespero y decepción. El venezolano con hambre,
mal sudor, mal aliento y hediondo porque no hay productos de aseo personal ni
comida. Desesperado porque salir de este gobierno y de esta situación por la
vía legal es un proceso demasiado largo y hasta está tornándose imposible”.
Como lo habrán notado, mi amigo no es analista ni politólogo. Es un venezolano
de a pie que describe acertadamente y sin rodeos la realidad que vive la
inmensa mayoría del país.
Según una encuesta nacional sobre condiciones de
vida que salió a la luz pública recientemente, elaborada por la Universidad
Central de Venezuela, 50% de los venezolanos eliminó de su menú la leche y los
huevos. La médico nutricionista María Elena Herrera informó en declaraciones a
la prensa que en nuestra nación 3,5 millones de personas están consumiendo sólo
dos comidas al día: “81% de los hogares venezolanos presenta algún grado de
pobreza”. Y es que a la hora de comprar alimentos, no se consiguen los productos
básicos, y los que aún se encuentran, en los puestos de los revendedores o a
través de la red de los “bachaqueros”, se cotizan a precios exorbitantes que el
menguado salario de nuestros compatriotas no puede pagar.
En síntesis, los pobres hoy son más pobres y los
venezolanos, además de vivir una crisis política y social estresante, no están
bien alimentados y carecen además de los medicamentos necesarios para cuidar su
salud en medio de la marea alta de enfermedades que golpean a la sociedad. Esta
situación impacta el futuro pues no sólo es un hecho del presente que se podrá
resolver en el corto plazo con un eventual cambio de gobierno. La malnutrición
que afecta el crecimiento de los niños venezolanos, y la vida de jóvenes y
adultos, es una cruz con la que cargará la sociedad un número indeterminado de
años mientras no exista un paliativo urgente.
Estas líneas escalofriantes reflejan una realidad asfixiada
por el debate político y los continuos escándalos del gobierno. En la agenda de
quienes controlan el poder no está la alimentación de los ciudadanos ni sus
servicios básicos. Hace tiempo que la crisis de Venezuela dejó de ser una pugna
por el poder político para transformarse en una emergencia humanitaria que
requiere el concierto de todos los sectores de la sociedad para ser atendida.
En esa operación, la primera actuación es salir del gobierno de manera expedita
y constitucional. De otra forma, el hambre y la muerte seguirán marcando la pauta
en la familia venezolana.
Desde hace varios años, Venezuela encabeza con
amplio margen de ventaja el ranking de los 15 países con más miseria en el
mundo que realiza la firma Bloomberg. La inflación, el desempleo y el altísimo
costo de la vida muestran cifras que coquetean con el estado fallido del que se
habla constantemente en los foros económicos que intentan presentar propuestas
de soluciones a un oficialismo sordo y desentendido de la gravedad de la
crisis. No en vano el mundo comienza a ver a Venezuela como la Zimbabue de
América Latina.
Apoyar la sustitución del gobierno de Nicolás Maduro
no es una opción. Supone una exigencia moral de los venezolanos para con su
golpeado país. Es una obligación para aquellos que aspiran vivir libres y en
democracia. En este contexto, siempre es importante recordar la frase de Dante
en la Divina comedia: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que
mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral”.
Ángel Arellano
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