55
años atrás, Venezuela cogía el rumbo de la democracia entre aguas turbulentas.
Un hervidero de dirigentes, ya no tan jóvenes, expertos por sus andanzas en el
mundo universitario y la oposición a la dictadura, asumía el control de una
sociedad triste por la resaca de la dictadura.
Pero
comenzó a crecer nuestra nación. Inició un desarrollo indetenible durante la
década de los sesenta y setenta comparable en exclusiva sólo con las
principales potencias del mundo. La relevancia criolla en el mercado de los
hidrocarburos y agricultura fue tal, que evidenciábamos signos que parecían
mostrar una irreversibilidad distante y ficticia.
Aunque
todo esto fue tan real como prometedor, los estragos desordenaron al país. La
clase política se volvió vulnerable y con ella el Estado, impregnado por el
clientelismo y la carencia de un sistema productivo mixto que garantizara la
estabilidad nacional.
Culminaron
los ochenta y noventa con más penas que glorias. La sociedad se había sacudido
par de veces por un grupo militar que ahora es poder, y más allá, terminó
convertido en una suerte de religión emergente, que sin salto ni seña, sólo con
una nómina abultada, mantiene a su mayoría feliz y con la barriga llena.
Las
páginas de la historia patria están saturadas de información, tanta, que
pareciéramos perder la memoria por la exorbitante capacidad de almacenamiento
de datos que hay que tener para archivar a lo que estamos expuestos hoy.
En
la actualidad, para perder ese gusto por las noticias políticas que nos tientan
a dejar plasmadas en ellas la opinión rebelde que llevamos dentro, podemos
criticar con dureza la siempre reinante, magnánima, privilegiada y por sobre
todas las cosas, legal, inseguridad. Los números no fallan, y aunque el mundo
lleva la estadística de los muertos que caen cada día en Venezuela a manos del
hampa, los petrodólares de Pdvsa compraron a los organismos calificados para
hablar sobre el tema.
La
OEA aplaude el vacío de poder, y la ONU se muestra distante e invisible ante este hecho en desarrollo. Al
corte de hoy (28/01/2013) mantenemos 50 días sin Presidente, a sabiendas de que
volverá golpeado por la enfermedad, y de que pedirán tanto plazo como se pueda
para estirar los tiempos de negociación interna en un chavismo dilatado que
navega por el profundo conflicto del
“ponme donde haiga”.
Un
tiempo atrás, el 25 de abril de 2010, en el programa oficial Aló Presidente
número 355, Hugo Chávez ratificó su concepto de que Marcos Pérez Jiménez, el
cruel dictador de hace 55 años, fue el mejor Presidente de Venezuela en su
historia. Un criterio antónimo de lo que profesa con el cuantioso presupuesto
invertido en publicidad y la sumisión de los medios públicos y los privados.
El
chavismo se movilizó el 23 de enero, no sabemos el por qué, más si por dónde y
cómo. La única excusa que queda en el tapete es que apoyan, en réplica de lo
dicho por el Presidente, la vanagloria a Pérez Jiménez, quien en vez de
enfrentar a la justicia de la nación, huyó sin rendir sus sangrientas cuentas.
Se
desploman las tesis que levantaron el Socialismo del Siglo XXI, porque en la
ausencia de su máximo exponente, sólo ha quedado al desnudo la capacidad de
mantener en el poder a un grupo de la nueva oligarquía, tan resentida como
corrupta.
Ángel Arellano
@angelarellano
www.angelarellano.tk
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