La erosión institucional en Sierra Leona produjo una guerra civil que dejó más de 80 mil muertos |
En Sierra Leona, la presidencia de Siaka Stevens
(1968-1985) hundió la economía al punto de erosionar cualquier vestigio de
prosperidad. Stevens ejerció una férrea dictadura que persiguió, encarceló y
asesinó a opositores y críticos de su gobierno. Sus políticas económicas
extractivas dedicadas a la explotación de los recursos minerales y a la
neutralización de la empresa privada, devastaron el país.
James Robinson y Daron Acemoglu dicen en “Por qué
fracasan los países” (2013) que “las carreteras se caían a pedazos y las
escuelas se desintegraron”. Luego de Stevens, Joseph Momoh asumió la
presidencia de Sierra Leona (1985-1992) siguiendo los pasos de su predecesor.
Sierra Leona se convirtió en un Estado en quiebra.
El gobierno no podía pagar las cuentas de los hospitales, instituciones
públicas ni del ejército. Tampoco existían fondos para cancelar el salario a
los maestros. Los niveles de inseguridad, insalubridad, embarazo precoz, hambre
y mortalidad se dispararon. No existían mercados formales para el empleo y las
diversas actividades económicas. La informalidad y la carencia de instituciones
se convirtieron en la única ley que regía los destinos de una república
desamparada.
En 1991, el Frente Unido Revolucionario, un grupo
paramilitar con la orientación de cambiar el gobierno, conformado por ex
soldados del ejército de Sierra Leona y rebeldes que se ampararon en la causa
contra el Estado colapsado, declaró su oposición a Momoh y creó el caos en casi
toda la geografía del país.
En una nación sin fuerzas de seguridad y un gobierno
débil, el Frente encendió una guerra civil. Según los autores antes citados “el
conflicto se intensificó con masacres y abusos masivos de derechos humanos que
incluían violaciones en masa y la amputación de manos y orejas”.
“La Ley y el orden habían desaparecido, hasta tal
punto de que se hizo difícil para la gente distinguir a un soldado de un
rebelde. La disciplina militar desapareció por completo”, agregan. La guerra
culminó en 2001, con un país destruido y más de 80 mil personas muertas.
Sierra Leona había fracasado. No por falta de
recursos minerales en su territorio, ni por su gente o su cultura. El gobierno
de Stevens, que liquidó a las instituciones bajo una dictadura sangrienta, dio
paso a una “parainstitucionalidad” en la que buena pase de la nación se afilió
ante la quiebra del Estado fomentada por el gobierno.
En días recientes, Venezuela ha sido testigo de los
dictámenes de los “colectivos bolivarianos”, grupos armados que hacen de la
irregularidad su fuerza para exigir cambios en el gobierno. Con la sola amenaza
de una marcha en el centro de Caracas lograron lo que muchos no pudieron: la
destitución del súper poderoso Ministro de Interior y Justicia, de la directiva
del Cicpc y ajustes en las líneas de mando en los cuerpos de seguridad del
Estado.
Antes de estos acomodos, igualmente la república, o
lo que queda de ella, vio como el charco de sangre de la violencia y las
rencillas internas en los brazos armados del gobierno vigente han cobrado la
vida de destacados personajes del régimen. Todos los días asesinan un escolta
de un cargo distinguido, a cada rato fallece un notable de las Fuerzas Armadas
y ya no es noticia la muerte de un polícia, más por repetición que por impacto
en la sociedad.
El Estado ha colapsado. Una cita hecha por Robinson
y Acemoglu a un periódico durante la mencionada guerra civil de Sierra Leona,
resume nuestra desgracia: “el NPRC (gobierno), los rebeldes y los sobels
(soldados convertidos en rebeldes) equivalen al caos que uno espera cuando
desaparece un gobierno. No son las causas de nuestros problemas, sino los
síntomas”.
Ángel Arellano