Algún cristiano que haya visitado templos históricos y rezado el padre nuestro sabe que levantamos el corazón hacia Jesús y oramos. Mirando hacia arriba, en dirección al padre creador, nos contactamos con el espíritu santo que hizo nacer al hijo de Dios y velamos porque la fe sea próspera y reine en la humanidad. Pero no se puede preservar la creencia en Cristo cuando una parte de la sociedad, precisamente quienes están al frente de ella o juegan un rol importante, se empecinan en hacer prevalecer su terquedad y dañar la costumbre religiosa. Le hacen daño a la iglesia, pero mucho más, a los creyentes de ella: la primera institución del mundo.
En la restauración del templo San Antonio de Padua de Clarines, donde el pasado 16 de abril en plena misa de conmemoración de los 140 años del nacimiento de Monseñor Arturo Celestino Álvarez, arrancaron el manto asfáltico y la madera que cubría la cúpula, dejando descubierta la parte superior de la iglesia, no se ha visto mayor avance. Lamentable, muy triste, pero realidad en la Venezuela que vivimos donde la gente ha optado por el pánico para no cambiar las cosas, en vez de hacerles frente y lograr una transformación ante tanta desidia e injusticia.
Por esa cúpula desnuda que tiene madera que data desde el levantamiento inicial y las varias restauraciones por las que ha pasado, bajan múltiples chorros de agua que mojan todo el piso, paredes, y lo que tenga que ver con la estructura. Bastante alarmante se hace ver las imágenes de personas colaborando para sacar el agua que cayó por todos lados en el alto sano y que mojó las butacas, mesas, etc. Son muchos los huecos en el techo y el vital líquido se convirtió en una pesadilla para una casa sagrada.
¿Se advirtió o no sobre ese tema? Varias reuniones y no hubo precaución. La administración de la municipalidad dónde se escondió que no vieron que había que prevenir eso rápido. ¿Nadie de la alcaldía vive en el casco central de Clarines? Que yo sepa el alcalde tiene su residencia en Las Lomas del Viento, a 50 metros de la iglesia y debería ser doliente de esto, pero será que vive en Puerto Píritu o Lechería o se le olvidó que la cúpula estaba con unas lonas mientras caía el palo de agua. Porque para no haberle dado operatividad las medidas necesarias, de la mano de su hermano gobierno regional, hay que ser bien cara dura. La comunidad denunció lo que ocurría en la iglesia y Tarek W. Saab les pagó con una valla en el parador turístico del pueblo para publicitar su “obra”. Nadie le paró al ruido sobre el tema y ahí está. Dios ayude a la estructura del templo para soportar esta calamidad. ¡Clarines con su iglesia!
Ángel Arellano
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