Comienzan a
llegar los cotillones electorales a los centros de votación de todo el país y
arrancan de un solo plumazo los pupitres a los alumnos en este ya bastante
accidentado año escolar. Si la educación fuera prioridad en Venezuela, se tomarían
previsiones mayores para no tener que descuartizar el poco tiempo que tiene la
siembra en las aulas de clases.
Redactamos algo tarde
el artículo de esta semana porque cuando iniciamos estas letras, un apagón, o
más bien un autoapagón, crispó el acto. Minutos después las redes sociales nos
informaban que la oscuridad se había extendido en más de 14 estados. Algunos
medios de comunicación alegaron el martes siguiente que fueron en total 17
estados sin luz, aunque el gobierno en su “extraño” reporte oficial, indicó que
solo fueron 10 entidades las que tuvieron interrupción del servicio eléctrico.
Y así pasan los días,
en esta zozobra que trasciende en impotencia colectiva por nunca contar con la
verdad de primera mano. Los venezolanos tienen mayor calidad informativa con
medios extranjeros que con el periodismo nacional, por una sencilla razón, el
veto prolongado que las fuentes oficiales le hicieron a los medios de
comunicación privados hace ya unos 13 años.
Vivimos una Venezuela
de aproximaciones, de supuestos, de intentos, de piedras fundacionales pero no
de hechos concretos y reales. Cada obra de envergadura se llena de obreros y
maquinarias cuando se acercan las elecciones. Al pasar el día D, apagan los
motores y continúan la carroña al botín. Proyectos que se han pagado en su
totalidad tres o cuatro veces y no aparece una sola cabilla en el terreno
planteado. Insumos que nunca llegaron a los hospitales, cisternas que se
quedaron en la vía, postes que jamás alumbraron las calles, patrullas
estacionadas quien sabe en qué depósito, dotación que ni por casualidad
aterrizó en las escuelas y transformadores que llevan corriente a grandes
fincas de nuevos magnates enchufados pero no a las zonas rurales que vuelven al
abandono de principio del siglo pasado.
Esa es la foto del
país que tenemos hoy. Destrozado, saqueado, con una inflación que se tragó
navidad y Niño Jesús de un solo bocado. Una escasez que sacó de la mesa nuestra
tradicional hallaca así como la inseguridad quitó la silla de miles que ya no
nos acompañan. ¿Qué razón tiene un venezolano de a pie para estar satisfecho
con su calidad de vida? ¿Cuál argumento usa una madre o un padre para decirle a
sus hijos que todo está bien? ¿Dónde está ese futuro que claman los jóvenes
trabajadores o universitarios? Sencillamente el gobierno no puede ver a la cara
a nuestro pueblo y dar esa respuesta porque está dedicado en maltratar,
humillar, insultar, perseguir y sabotear la vida democrática de este país.
La herramienta más
grande, el arma más poderosa, el instrumento clave para movilizar todo ese
descontento masivo es acudir a votar y dar una nueva lección a los ilegítimos odiadores
que usan Miraflores como salón de fiestas. No hay trampa ni maña que pueda con
una avalancha de votos que de un súbito golpe de timón. Votar, votar y votar.
No dejar a nadie en las casas, en la calle, en la cuadra, en el barrio. Si
queremos cambio hay que participar decididamente, en un ejercicio heroico que
sólo las nuevas generaciones lo agradecerán porque la historia valorará lo que
significó que el bravo pueblo de esta nación de próceres, no se dejara
apabullar más de un lustro por estos sinvergüenzas.
Sepan ustedes
apreciados lectores que solo votando todo el mundo tendremos un fin de año
esperanzador. La dirigencia opositora se prepara férreamente para activar
cualquiera de los vehículos constitucionales, legítimos a cabalidad, para
producir un reemplazo a este gobierno corrupto, ineficiente, colmado de
esbirros y de una locura enfermiza por acabar con Venezuela y los venezolanos.
No podemos llegar a seis años de esta comiquita que apena. Por todo lo que
usted ya sabe y siente: vote.
Ángel
Arellano
Email: asearellano@yahoo.es
Twitter:
@angelarellano
www.angelarellano.com.ve
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