Más de 35.000 venezolanos cruzó la frontera con Colombia para abastecerse de alimentos 10.07.2016 |
La pregunta que zanja cualquier conversación en el
país nos deja inhabilitados para elaborar respuestas que puedan llegar a puerto
seguro. Citamos en el criollo más preciso: “¿Cuándo se acabará esta vaina?”.
Angustia y desesperanza son los
dos componentes que controlan la psiquis de la población. El hambre no da
tregua, los enfermos y víctimas de la violencia siguen muriendo en cantidades
que no conocen registro.
Los que siguen comiendo tres
veces al día son muy pocos, apenas una pequeña minoría que ha podido sortear
los embates de la miseria. “El país está en una situación tan crítica que
dentro de poco nos vamos a estar comiendo entre nosotros mismos”, me dijo un
primo cuando hablábamos de los precios de las verduras, los tubérculos, las
frutas y las especias, alimentos que antes tenían un precio relativamente bajo
con respecto al resto de la canasta alimentaria, y que hoy repuntaron hasta
convertirse en un lujo.
¿Cuánto tiempo le queda a este
sufrimiento? ¿Cuánto puede soportar la población? Si bien el gobierno vigente
se desmantela a una velocidad asombrosa, lo cierto es que todavía controla la
economía, la justicia, los trámites y los pocos recursos que reposan en las
ruinosas arcas del Estado. Hay, sí, por supuesto, un tejido de conspiraciones
que cubre desde lo más alto de la cúpula hasta lo más bajo del aparato. Es
notorio. No obstante, los poderosos de todas las esferas y de todos los
niveles, se aferran a un mando sin pueblo.
La caída del chavismo es un
capítulo que inicia con la muerte del caudillo. Tras ese imprevisto, el PSUV
perdió un importante número de votantes. Luego, por esas contradicciones que
colman nuestra historia, el electorado opositor se desmotivó permitiéndole al
oficialismo mantener el control de la mayoría de los gobiernos regionales y
municipales. Sin embargo, el descontento siguió creciendo hasta materializar un
profundo revés al chavismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de
2015. Éste ha sido el acto más valeroso de la sociedad venezolana en los
últimos tres lustros. En adelante, cada día transcurrido desde la instalación
de la nueva Asamblea Nacional ha estado repleto de tropiezos para Maduro. El
país ve cómo la metástasis asfixia sus últimas fuerzas.
Volvemos: ¿cuándo se acaba esto?
¿Cuándo llega a su fin?
Hemos dicho que el colapso de la
sociedad venezolana inició con el ascenso de Chávez al poder. Hemos dicho que
el chavismo vino a cerrar el ciclo de la República Civil para implementar el
caos “socialista” como la guinda que hacía falta en el pastel del episodio
democrático venezolano. Hemos dicho también que esta experiencia no es extraña
en un país con más tradición militarista que civilista. Y hemos dicho desde
luego que para recuperar la democracia y sus libertades inherentes, es
necesario dar paso a un gobierno de civiles donde el poder militar esté, más
que subordinado, excluido de la militancia política. Pero retomemos: ¿cuándo
termina este episodio? ¿Cuándo concluye el colapso o por lo menos cuándo
cambian los actores para administrar el colapso y con suerte salir de él?
No hay respuesta cierta, por
tanto no podemos ensayar aproximaciones, y por tanto no podemos ser portadores
de una explicación rimbombante en el papel, pero pobre en la práctica. Sólo
podemos decir que el colapso del sistema actual en Venezuela culmina, eso
creemos, con la sustitución del régimen vigente por otro de orden democrático,
plural, civil y que se apegue profundamente al respeto de la institucionalidad
constitucional y la división de los poderes públicos. El colapso, o lo que
entendemos por colapso, puede encontrar fin si el antídoto tiene un componente
democrático y otro que opere como estabilizador de un sistema que, una vez
instalado, tras la salida del chavismo, pueda soportar, mediante acuerdo,
pactos, concesiones, o conciliación de élites, los embates futuros.
Concluyendo: capaz el colapso no termina con nuevos
actores, pero sí conseguirá otro rumbo que nos puede ayudar, con suerte, a
salir de él.
Ángel Arellano