En nuestro país las prisiones son una zona de muerte y enfermedad para las personas. Si eres un criminal tendrás que ir a un espacio abarrotado de represión policial y corrupción militar.
Cada masacre de reclusos vivida en cualquier penal o calabozo de la nación es un episodio traumático para la sociedad en general. Los titulares de prensa impresionan a la gente al observar las contraportadas de los periódicos. Canales de televisión se ven obligados a transmitir estas informaciones que cada día desgarran más a la opinión pública y construyen un muro de contención entre el humanismo y la realidad social.
Las políticas utilizadas por los gobiernos desde el nacimiento de la era republicana no han sido para nada efectivas en esta materia tan delicada. Los escenarios en los que se vive el encierro son los más repugnantes, horribles y abominables recuerdos que ser alguno pueda tener por un sitio.
Me aventuro a escribir sobre esto porque veo con detenimiento un país con una sociedad estancada en las campañas electorales y en peleas partidistas que incrementan climas de desagrado y frustración democrática: esta ha sido una de las paradas del tren del régimen. Mientras colectivos “opositores” y oficiales se enfrentan dentro de sus gallineros, hay una mayoría que aclama ayuda. Para ayudar, y establecer una lucha social se necesita convicción política y moral. Es ella, sólo ella, la que nos orienta y abre la brecha para trabajar por todos de manera igualitaria, responsable y justa.
Y es la justicia quien me inspira a colocar estas letras sobre el estado penitenciario de Venezuela. ¿En qué se ha convertido?, ¿cómo pasó?, ¿quién dejó que esto llegara a tal extremo? No exagero si digo que da miedo registrar en el pasado de las cárceles criollas.
El gobierno gastó dinero que podía llevarse en cotidiana corrupción construyendo esos antiguos edificios llamados reclusorios y penales, en vez de hacer salas de tortura y homicidio en todo el territorio.
Desde los tiempos en que todavía tenían uso los castillos y mazmorras, las cárceles en Venezuela son el púlpito del castigo y la sangre para un criminal en efecto o cualquiera que pensara distinto. Y lo último es escrito gracias al número de presos políticos que hemos tenido y que han sido torturados y asesinados en este terrible cautiverio.
Las luchas sociales siempre se encargaron de eso, luchar por la sociedad, pero hubo un defecto que pasó desapercibido al parecer, y hay quienes pienses que será irresponsable de mi parte decirlo, pero es que no se toco con fuerza la reivindicación del sistema carcelario.
Las cárceles siguen siendo una cueva que aparta al humano para corromperlo y traumarlo con sus sucesos internos, reprimiéndolo y alejándolo de toda actualidad o destello de reinserción ciudadana. Es una voz ensordecedora que dice no a la inclusión social de aquellos que se equivocaron o que necesitan ayuda especial en consecuencia de sus actos libres. El derecho es limitado en este tópico y determina al preso, sea inocente o no, como una piedra en el zapato de la supuesta “estabilidad social” en la que creemos vivir, condenándolo a cuatro paredes infrahumanas donde se destruyen y mutilan los unos con lo otros bajo la mirada cómplice y satisfecha de los “dispositivos de seguridad” y del gobierno. La corrupción tiene papel protagónico en ello, una vez más siendo la matrona del caos de la humanidad y de La Tierra.
Los militares “patriotas” y la policía “al favor de los ciudadanos” se ponen deacuerdo para introducir armas en vez de libros; drogas en vez de de comida y sembrar muerte en vez de cultura. El aperitivo monetario para ellos es primordial a la hora de una “gallera” o de un “tiroteo” ahí dentro. Nadie, excepto los recluidos, conocen tan virtualmente la desgracia que hay en el penal.
La batalla en estos sitios es por el alcohol, la nicotina, las drogas, las armas y la supervivencia. Los presos no ocupan tiempo en el estudio ni en la lectura, sino en la forma de respirar otro segundo y la estrategia perfecta con el fin de escapar. Sus familiares sufren la desdicha enorme de exponer a un ser querido en este ambiente: viven la incógnita diaria de saber si amaneció con vida.
Se supone, o por lo menos es así en la vida que reconozca a la justicia como estatuto de estabilidad para el hombre, que el ser humano es internado en un centro de penitencia donde vive un tiempo para ser integrado nuevamente en la sociedad. Debe ofrecérsele aprendizaje laboral, deporte, educación y cultura. La prisión tiene que ser una escuela para la reinserción social del individuo.
¿Dónde quedó guardado este concepto cuando elaboraron o estructuraron el sistema penitenciario de Venezuela?, ¿será que anda vagando en una cuenta bancaria junto con el dinero de los hospitales y escuelas?
Probablemente. El gobierno se olvidó de esto, pues a él en nada le afecta. Hasta los matones asalariados tiene inmunidad parlamentaria. Pero la gente sigue ahí, viendo las desgracias en las cárceles. Somos nosotros, el pueblo, quienes tendremos que impulsar un nuevo proyecto para sancionar a los descarrilados y volverlos a adaptar a la vida social.
La crítica es una de nuestras mejores armas. Seguiremos empleándola hasta realizar un cambio urgente en este dramático aspecto que enlutece a cada momento a muchas familias en la nación. Colaboremos y ayudemos a los culpables e inocentes en volver como hombres y mujeres nuevos a la luz que los vio nacer.
Ángel Arellano
CI: 19.841.865
asearellano@yahoo.es
Cada masacre de reclusos vivida en cualquier penal o calabozo de la nación es un episodio traumático para la sociedad en general. Los titulares de prensa impresionan a la gente al observar las contraportadas de los periódicos. Canales de televisión se ven obligados a transmitir estas informaciones que cada día desgarran más a la opinión pública y construyen un muro de contención entre el humanismo y la realidad social.
Las políticas utilizadas por los gobiernos desde el nacimiento de la era republicana no han sido para nada efectivas en esta materia tan delicada. Los escenarios en los que se vive el encierro son los más repugnantes, horribles y abominables recuerdos que ser alguno pueda tener por un sitio.
Me aventuro a escribir sobre esto porque veo con detenimiento un país con una sociedad estancada en las campañas electorales y en peleas partidistas que incrementan climas de desagrado y frustración democrática: esta ha sido una de las paradas del tren del régimen. Mientras colectivos “opositores” y oficiales se enfrentan dentro de sus gallineros, hay una mayoría que aclama ayuda. Para ayudar, y establecer una lucha social se necesita convicción política y moral. Es ella, sólo ella, la que nos orienta y abre la brecha para trabajar por todos de manera igualitaria, responsable y justa.
Y es la justicia quien me inspira a colocar estas letras sobre el estado penitenciario de Venezuela. ¿En qué se ha convertido?, ¿cómo pasó?, ¿quién dejó que esto llegara a tal extremo? No exagero si digo que da miedo registrar en el pasado de las cárceles criollas.
El gobierno gastó dinero que podía llevarse en cotidiana corrupción construyendo esos antiguos edificios llamados reclusorios y penales, en vez de hacer salas de tortura y homicidio en todo el territorio.
Desde los tiempos en que todavía tenían uso los castillos y mazmorras, las cárceles en Venezuela son el púlpito del castigo y la sangre para un criminal en efecto o cualquiera que pensara distinto. Y lo último es escrito gracias al número de presos políticos que hemos tenido y que han sido torturados y asesinados en este terrible cautiverio.
Las luchas sociales siempre se encargaron de eso, luchar por la sociedad, pero hubo un defecto que pasó desapercibido al parecer, y hay quienes pienses que será irresponsable de mi parte decirlo, pero es que no se toco con fuerza la reivindicación del sistema carcelario.
Las cárceles siguen siendo una cueva que aparta al humano para corromperlo y traumarlo con sus sucesos internos, reprimiéndolo y alejándolo de toda actualidad o destello de reinserción ciudadana. Es una voz ensordecedora que dice no a la inclusión social de aquellos que se equivocaron o que necesitan ayuda especial en consecuencia de sus actos libres. El derecho es limitado en este tópico y determina al preso, sea inocente o no, como una piedra en el zapato de la supuesta “estabilidad social” en la que creemos vivir, condenándolo a cuatro paredes infrahumanas donde se destruyen y mutilan los unos con lo otros bajo la mirada cómplice y satisfecha de los “dispositivos de seguridad” y del gobierno. La corrupción tiene papel protagónico en ello, una vez más siendo la matrona del caos de la humanidad y de La Tierra.
Los militares “patriotas” y la policía “al favor de los ciudadanos” se ponen deacuerdo para introducir armas en vez de libros; drogas en vez de de comida y sembrar muerte en vez de cultura. El aperitivo monetario para ellos es primordial a la hora de una “gallera” o de un “tiroteo” ahí dentro. Nadie, excepto los recluidos, conocen tan virtualmente la desgracia que hay en el penal.
La batalla en estos sitios es por el alcohol, la nicotina, las drogas, las armas y la supervivencia. Los presos no ocupan tiempo en el estudio ni en la lectura, sino en la forma de respirar otro segundo y la estrategia perfecta con el fin de escapar. Sus familiares sufren la desdicha enorme de exponer a un ser querido en este ambiente: viven la incógnita diaria de saber si amaneció con vida.
Se supone, o por lo menos es así en la vida que reconozca a la justicia como estatuto de estabilidad para el hombre, que el ser humano es internado en un centro de penitencia donde vive un tiempo para ser integrado nuevamente en la sociedad. Debe ofrecérsele aprendizaje laboral, deporte, educación y cultura. La prisión tiene que ser una escuela para la reinserción social del individuo.
¿Dónde quedó guardado este concepto cuando elaboraron o estructuraron el sistema penitenciario de Venezuela?, ¿será que anda vagando en una cuenta bancaria junto con el dinero de los hospitales y escuelas?
Probablemente. El gobierno se olvidó de esto, pues a él en nada le afecta. Hasta los matones asalariados tiene inmunidad parlamentaria. Pero la gente sigue ahí, viendo las desgracias en las cárceles. Somos nosotros, el pueblo, quienes tendremos que impulsar un nuevo proyecto para sancionar a los descarrilados y volverlos a adaptar a la vida social.
La crítica es una de nuestras mejores armas. Seguiremos empleándola hasta realizar un cambio urgente en este dramático aspecto que enlutece a cada momento a muchas familias en la nación. Colaboremos y ayudemos a los culpables e inocentes en volver como hombres y mujeres nuevos a la luz que los vio nacer.
Ángel Arellano
CI: 19.841.865
asearellano@yahoo.es