Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

jueves, 26 de marzo de 2015

El secuestro de niños: vida y muerte de un rumor

 
        
          En medio de la saturación noticiosa que mantiene colapsada a la sociedad venezolana, se han insertado rumores constantemente con la finalidad de atraer a los medios de comunicación y sembrar distracción evadiendo los problemas estructurales de un país en el que la gente come lo que consigue luego de largas colas y muere de mengua por la falta de medicamentos.
         Los rumores son incorporados al debate público desde la inmensa plataforma mediática que dirige el Estado. Atienden a una agenda que ha logrado, con cierta efectividad, desviar la atención de la ciudadanía hacia temas más banales, deformes e insustentables.
         En minutos, se regó en el polvorín de nuestros escándalos, la idea de que existía una nueva campaña contra la nación. Esta, ya no trata de presuntos acontecimientos bélicos, magnicidios o papas calientes con el empresariado productor, ahora, se habló del secuestro de niños. Sí. Una ciudadana desconocida hizo una denuncia pública sobre el pánico que se está sembrando en el país con el reiterado secuestro de infantes. Aunque esta práctica no es novedosa, pues la delincuencia ha desarrollado con holgura todas las técnicas de extorsión operando con la total complacencia de las autoridades colaboradoras, copó la posición principal del aparato comunicacional estatal en un día; sumemos a esto, los apéndices privados en radio, televisión, prensa escrita e Internet, que han dejado de informar desde hace unos años para reproducir íntegramente las transmisiones del gobierno a los fines de proteger concesiones de funcionamiento que se reparten bajo regulaciones políticas, afectos y hasta amenazas preestablecidas.
         El rumor sobre el secuestro de niños es algo así como una versión tecnificada de aquellos paramilitares encontrados por el gobierno con artillería pesada y una apreciable cantidad de efectivo en un hotel de mala muerte, una escena teatral que también se evaporó porque le siguieron otros mejores que captaron más atención y aturdieron más al espectador.
         En menos de un día todo el Poder Moral y Judicial se pronunció en función de lo que la Fiscal General llamó una nueva “campaña nacional e internacional” para desestabilizar nuestro estable país. De inmediato se le agregó el móvil político. Una motivación, que según los accionistas del régimen, configura un “hecho despreciable” porque impulsa un quebranto a la sólida paz nacional.
         La retórica instantánea imputó culpas, que con el pasar de los días irán ganado nombres y apellidos dentro de la oposición: centro del estímulo a todos los males de la Patria de Bolívar. La Fiscal introdujo la pregunta esperada: “¿Qué mente tan perturbada anda detrás de estos planes para afectar a la población?”. Al coro se sumó el Defensor, Magistrados, Diputados y la horda partidista. Para complementar la respuesta, se resolvió declarar a los medios que la ciudadana en cuestión había recibido dinero por parte de algunos individuos, también desconocidos, para ejecutar la labor de alarmar en tiempo récord a todo el Estado venezolano. Los voceros oficiales salieron, con la uniformidad acostumbrada, a decir que los rumores de secuestros de niños eran falsos, que el gobierno garantiza la seguridad de nuestros niños y que quienes atentan contra la paz y la estabilidad nacional son los opositores, los mismos culpables de las colas, de la guerra contra Estados Unidos, de la caída de los precios del petróleo y pare usted de contar.
         No son pocos los elementos que han usado para distraer la atención de la crisis económica. El conflicto contra el imperialismo, incoherente pues seguimos dependiendo hoy más que nunca de los ingresos del petróleo colocado en la tierra de Obama, es el núcleo de la campaña por las elecciones parlamentarias que tiene como objetivo estratégico una meta poco lograda en momentos anteriores: legitimar el gobierno de Maduro ante los patéticos números de aceptación y popularidad que tiene a su administración al borde del precipicio. A esta matriz de la guerra le seguirán sumando rumores, campañas, movilizaciones inesperadas, noticias sorpresa. Todas estas actividades son parte de la agenda cuidadosa que traza la sala situacional del gobierno para ocupar a los opinadores de oficio y a los medios de comunicación perseguidos, en la difusión de lo que el Estado quiere que la gente escuche y por ende lo que quiere que el venezolano discuta en las plazas públicas, espacios de discusión y colas diarias.

Ángel Arellano

lunes, 23 de marzo de 2015

¡Perdimos la guerra!

El país muestra un aspecto de campo devastado
             Salimos al abasto y cuando conseguimos algunos productos debemos dejar varios en el estante porque el golpeado salario no da para cubrir las necesidades básicas. En el barrio, donde cada día hay menos oportunidades, la desesperanza reina. Los únicos proveedores que pueden hacer el intento de surtir a la familia, son los revendedores, bachaqueros y estafadores que por una alta suma de dinero venden cosas que cuestan cuatro, cinco o seis veces menos. Los acaparadores más exitosos son funcionarios de la Superintendencia de Precios Justos, Guardia Nacional o enchufados del gobierno.
            Para el almuerzo nos acompañan dos invitados: el corte de agua y el apagón. Siempre tienen su puesto reservado en la mesa. Mientras la televisión estuvo colapsada la noche anterior con propaganda de la supuesta guerra contra los Estados Unidos, cuya bélica cortina era una clave en tono de salsa, merengue o guaracha, la nevera se descompuso. Al barrio volvió la moda de la cava y la panela de hielo para preservar la comida en medio de la permanente crisis eléctrica. Para hacer una representación a escala del modelo cubano, las bodegas venden leche en polvo y azúcar por cucharadas. Colas por dos rollos de papel sanitario, una barra de mantequilla, y 500 gramos de detergente.
Si de verdad hay una guerra, ya la perdimos. El país muestra un aspecto de campo devastado, arrasado por las fuerzas enemigas. Coherente con eso, los productores, industriales y hasta el propio Ejecutivo declaran a cada momento “quedan dos meses de este rubro”, “sólo hay tal producto para 45 días”. Contradictoriamente, el gobierno ha dicho que la guerra apenas está iniciando. La estrategia central para prevenir los ataques (de acuerdo con el gobernador de Táchira en las próximas semanas inician los bombardeos gringos) es entregar una carta con un montón de firmas al presidente estadounidense, algo así como cuando tienes un problema en el consejo comunal y llevas un papel respaldado por los vecinos para que se solvente la situación. Inferimos pues que en la Cumbre de las Américas Maduro aparecerá con varias cajas de “archioficio” repletas de planillas para Obama. “10 millones de firmas”, dijo el Presidente. “serán 30 millones”, replicó un jalamecate.
            La “exekiuti order” de EEUU se convirtió en esencia de la campaña oficialista para las parlamentarias. Cayó como anillo al dedo: cuando emiten ese decreto en contra de algunos nuevos ricos que desde el gobierno han amasado fortunas invertidas en el imperio, la oposición se encontraba desojando la margarita de sus primarias, las cuales, en detrimento de todos quienes creemos en la alternativa, han sido sumamente cuestionadas por el sectarismo y la complacencia con el sistema de los cuatro partidos con mayor cociente electoral en 2012.
            Como temas transversales, la violencia y la represión se han incrementado exponencialmente. “La única nevera llena es la de la morgue”, es un mensaje viral en las redes sociales. Con el chavismo en el gobierno, la impunidad siempre reinará. Es su estímulo y motivación. A los corruptos los incita un sistema que no pena la culpabilidad y castiga la inocencia. La semana pasada, en la presentación de la discusión pública para la reforma del Código Civil, un diputado del PSUV redondeó la iniciativa: “este es un código para romper con los formalismos inútiles de los jueces”. “Desbaratar” la justicia, como diría el profesor Istúriz.

Ángel Arellano

lunes, 16 de marzo de 2015

Tarjeta de racionamiento

La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad

           Es común escuchar esa expresión criolla usada deportivamente para recrear nuestro desespero: “llegamos al llegadero”. No obstante, el llegadero no está cerca. El llegadero está caracterizado por cosas más cruentas, más espantosas. El fantasma de la rebelión anda flotando por la atmósfera y la campana de algún levantamiento artesanal sigue sonando entre líneas. Ahora bien, en el centro de este cuadro la ciudadanía sigue en la cola. Reza bajo el sol inclemente por un poco de alimento, alguna medicina y con suerte un repuesto para el vehículo. La escasez es pan diario. El circo ya no trae bolsas de comida, regalitos en efectivo o bequitas para embarazadas, presos, “buenandros” y cooperantes del barrio.
            En la cola se coge un número. No importa que se gaste el día, la esperanza se mantiene para comprar “lo que haiga”. El orden se rige por esa regla primitiva del último dígito de la cédula: el lunes compra el 1 y el 2, el martes el 3 y el 4, el miércoles el 5 y el 6, el jueves el 7 y el 8, y el viernes el 9 y el 0. Con algunas variaciones dependiendo del abasto, así funciona la mayoría de las bodegas hoy en día. Desde luego, hay un riesgo implícito: si la leche llega el viernes, el que compra el lunes se fregó; o si el café llega el martes, los terminales 5 y 6 “sejo…” porque compran un día después. Y así. Este mecanismo ha aderezado la indignación.
            El gobierno exhibe un logro: han disminuido las colas. Sí. En rigor ha descendido en algunos sitios el número de colas, pero ha crecido exponencialmente la “arre…” de la gente por no conseguir los productos. Esta estrategia opera como contexto para una medida aún más delirante, y para nuestra desgracia, más práctica: la tarjeta de racionamiento. Los ciudadanos que están agotados de no conseguir todos los rubros un mismo día preferirán, como ya se escucha en algunas colas, un mecanismo para poder comprar todo: “no importa, el día que digan, con tal de conseguir todo de un solo guamazo”. La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad. De la perversa idea de ordenar las filas por números, los usuarios optarán por una credencial que permita adquirir un menú de productos básicos en un solo lugar, bajo una sola cola y en un solo día (si todo sale bien). ¿Descabellado? Puede ser. Pero práctico sí lo es. La tarjeta de racionamiento puede terminar no siendo impuesta por el gobierno, sino demandada por la base popular con una propaganda estimulante, símil de la campaña pro aumento de la gasolina, anti invasión yankee, etc.
            De manera que esta es una medida posible más temprano que tarde porque le resuelve un problema al gobierno con su incapacidad de abastecimiento. Lógicamente la aberración no será presentada como la restricción más profunda de toda nuestra historia republicana, para eso existen métodos, arreglos, decoraciones: tarjetas electrónicas. No es lo mismo dar una libreta la papel crudo como en Cuba, que una especie de tarjeta de débito para “el buen vivir”, el “buen abastecimiento”. Algún eslogan rimbombante. Se descarta para los próximos meses pues las elecciones de septiembre lo impiden. Carece de acento estratégico en medio de tanto caos. En el contexto regional, existe un argumento que será el más manipulado: mientras EEUU declara a Venezuela como país enemigo, la nación blinda a su pueblo con una tarjeta del “buen abastecimiento”. Falta mucho para el llegadero.

Ángel Arellano

viernes, 13 de marzo de 2015

Chaderton y sus palabras


Roy Chaderton no imaginó que su verbo trascendería en medio del extravío colectivo. Hizo uso, sin excusas ni atajos, de palabras que consolidaron la regla nacional: irresponsabilidad en las declaraciones de funcionarios públicos. En pocos minutos, alertó al país. Una gota de aceite en medio del mar de barbaries. Describió el efecto de un proyectil en la cabeza de cualquier opositor al chavismo: “es como un chasquido, porque la bóveda craneana es hueca, entonces pasa rápido”. Rápido. No hay obstáculos. Nadie tendrá problemas. Nadie será señalado. Así como la bala atraviesa el cerebro de la disidencia, sin justificación, sin reproches, es como se actúa en revolución. La Ley es un requisito de oficina que queda en las gavetas del escritorio. Y la justicia, esa intensión subjetiva que determina cualquier acto de discordia entre los hombres, está a merced, desde hace mucho, del poder reinante.
La línea de Chaderton ha seducido al extremismo oficialista, en el que se encuentran las tesis radicales de confrontación. La fragancia de estas palabras penetra en lo que Grijelmo ha llamado el “umbral de lo desconocido”. No es poca la subjetividad tras una declaración de este tenor. La situación de la nación es extraordinaria y cualquier elemento que incremente la fricción es bienvenido dentro de un conflicto tácito en el que un sector con el poder incita el odio y el otro es receptor, a veces paciente y disperso, a veces activo y errante.  Remata Grijelmo con que “los términos de una lengua no siempre resultan asépticos, ni denotan algo de forma objetiva, sino que a menudo traen consigo una determinada opinión ante lo expresado. Y rara vez perceptible para el intelecto, sino con efectos que se mueven en la banda de la seducción”.
Chaderton pensó que en un país colapsado por las colas de los hambrientos y el llanto de los dolientes que sufren sus muertos a causa de la delincuencia, no existirían oídos para el balbuceo que ejecutaba en Venezolana de Televisión. Su frase corrió suave y sin paradas, cual cuchillo en mantequilla. No alzó la voz, no mostró nerviosismo. Su contexto era la descalificación y su motivación el “humor negro”, como diría un par de días después en una emisora radial con una audiencia similar al número de presiones recibidas por el régimen para apagar su señal. Chaderton aprovechó los espacios en los que se hace reiterada crítica al Gobierno que lo financia, para “aclarar” su punto y drenar su inconformidad con lo que consideró una “descontextualización”, ese término rimbombante que persigue matizar cualquier exageración por más que el emisor haya hecho todo lo necesario para que el público lo condene y exija su expulsión de la faz de la Tierra.
Lo peor, desde luego, es que Chaderton no es Chaderton. Chaderton son cientos de altos funcionarios públicos, jerarcas y corruptores del tesoro patrio, que amparados en la ilegalidad del status quo y la reiterada estimulación de las cúpulas, piensan al igual que el embajador ante la OEA en que hay que asesinar disidentes.
Mientras hilamos estas letras recordemos que hace pocos días la lista de estudiantes fallecidos, unos durante manifestaciones públicas y otros en extraños sucesos vinculados directamente a los cuerpos de seguridad, ha llegado a ocho nombres, que se suman a los 48 ciudadanos que murieron el año anterior. El luto, después del pronunciamiento del “diplomático”, se tiñó de odio. ¿Qué palabra de consuelo toca a una madre desamparada luego de ver en televisión abierta que un representante del mismo Estado que asesinó a su hijo, ha dicho sin mayor pudor que las balas transitan rápido en la cabeza de opositores por su escasez de masa gris? ¿Cómo pedir control y calma a un pueblo sometido a tantas presiones y que encima debe asumir la frustración accesoria de mirar a quienes deberían representarlo insultándolo, fustigándolo, esquivando la mala noticia de la tortura y promoviendo la confrontación social?
Lo de Chaderton no sólo son palabras que construyeron una frase desgraciada conmocionando a millones de espectadores, es la letra de la política central del régimen. La directriz, la orden, el eje en el que gravita cualquier mensaje: todos los puntos pasan por atacar y humillar a la disidencia. No importa si esta representa el 82% de la población o el 10%. La línea que ha trazado el Gobierno es la de pulverizar a los contrarios, cueste lo que cueste. Y si en el camino algunas expresiones como la de Roy Chaderton salen a la calle generando más crisis y más estrés, el episodio se solventará con algo peor, de mayores magnitudes y mayor caos. El objetivo no es resolver entuertos, no se trata de ejecutar la visión de un proyecto; es sembrar discordia, destruir, humillar, todos los elementos que potencien la polarización y la exacerbación del radicalismo. En un país en el que, además, sólo falta un fósforo para que se enciende cualquier pradera. Citamos finalmente a José Miguel Contreras: “la fuerza de las palabras es tan estremecedora que incluso pueden cambiar la percepción de lo nombrado mediante una leve modificación de su envoltorio: la palabra misma”.

Ángel Arellano

lunes, 2 de marzo de 2015

Lo escaso y lo abundante

 

         El desasosiego abunda. La angustia se convirtió en el rasgo más característico de la crisis. Desde la distancia sólo se expresan preocupaciones y críticas en medio de la zona de guerra en la que se convirtieron los sectores populares y urbanizaciones producto de la delincuencia. Las avenidas y puntos de concentración son plazas de la represión política. A lo interno, el venezolano está cada vez más expuesto a un deterioro progresivo de su fuerza espiritual. La insania mental y pérdida de la fe son dos elementos recurrentes en los testimonios de las infinitas colas. Cada quien llora su relato buscando desahogar el descontento.
            También abunda la imprecisión. No son pocas las incoherencias del oficialismo, pero, para nuestra desgracia, no dejan de preocupar las del sector opositor. Incluso, son las que más inquietan, pues, en medio de esta hecatombe social, de este sinsentido desparramado a la mitad de la que los sabios han catalogado como la última década en la que el petróleo tendrá importancia, la propuesta alternativa se muestra difusa. Sin embargo, no podemos dejar de rescatar que hay un empuje colectivo, un impulso desde el rechazo a la crisis, reivindicador del liderazgo opositor. Quizá este manto no cubra a toda la dirigencia. Es posible que sea así y no hay razones para que sea de manera distinta: la actitud, la acción y el discurso varía en matices de acuerdo a las diversas posiciones que se muestran en la acera de enfrente. Lo que nos lleva a pensar, y a intentar creer, a veces con fervor, a veces escépticos, que hay una salida, un camino distinto por el que transitar.
            Inquieta la juventud. En los primeros 60 días de 2015 van siete estudiantes fallecidos, un centenar ya pasaron por las jaulas de las comandancias policiales y los que sufren la tortura de “La Tumba”, en el Servicio Bolivariano de Inteligencia, siguen desvariando por no tener noción del tiempo. Éstos últimos padecen desnutrición, frío intenso y lo que los expertos diagnostican como “torturas blancas”. “La Tumba” se mantiene cinco pisos bajo tierra, hospedando a los enemigos más incómodos del régimen.
            A propósito del Sebin, este organismo que en brevísimo tiempo se ha ganado el cólera de las mayorías nacionales por sus actuaciones al margen de la Ley y los abusos constantes contra ciudadanos disidentes, de seguir así, estimulando el odio y el rencor, intuyo que su historia puede terminar en una suerte de símil al ocaso de la Seguridad Nacional. Aquella institución perejimenizta se labró tanto la repugnancia de la sociedad, que terminada la dictadura miles de manifestantes quemaron sus sedes y liberaron los presos.
Recuerdo un cuento de mi abuelo. Él vivía en el 58 en Caracas y desde una azotea miró cómo el 23 de enero la gente prendió en llamas el cuartel general de la Seguridad Nacional. Apalearon funcionarios, arrastraron esbirros. La muchedumbre tenía muy presente las heridas que habían ocasionado durante años estos desalmados bajo órdenes de unos pocos que se enriquecieron y tras la primera turbulencia cogieron un avión y le dijeron adiós a todo el daño que hicieron. Esperemos que esta historia no termine así y se hagan notorios gestos de civilidad y perdón. No obstante, sí perturba que el régimen no crea en aquello de “quien a hierro mata no puede morir a sombrerazo”. Se abrigan en la impunidad, la misma que tienen más de tres lustros sembrando sin parar.
            A un liceísta le pregunté en la calle, justo antes de comprar unos cambures para la semana: “¿Qué pasó mi pana?, ¿cómo está la vaina?”. Tomó su tiempo y me dijo: “Escasa chamo, hasta la vaina está escasa”.

Ángel Arellano